Jardines Medievales I: Occidente. por: Virginia Seguí Collar.


fig1-parejaenamoradosenjardinmedievalrenauddemontaubon1462-70.jpg( Fig 1. Pareja de enamorados en jardín medieval. Renaud de Montaubon)

Centrándonos en occidente las invasiones bárbaras significaron el fin del Imperio Romano, durante varios siglos se vivió una gran inestabilidad lo que significó la desaparición de la organización territorial romana; desde el siglo II el proceso fue acentuándose y las guerras y la inestabilidad dificultaron la supervivencia de la población; la decadencia fue apoderándose de las ciudades ante la imposibilidad de que sus habitantes pudieran realizar, no sólo actividades artesanales, comercio e industria, sino incluso las necesarias para la obtención de productos para su abastecimiento y manutención lo que hizo muy difícil la vida en las ciudades. Fue necesario el transcurso del tiempo y que los invasores, una vez establecidos en los territorios conquistados se planteasen su organización; sólo así las ciudades retomaron su actividad iniciando un nuevo proceso de desarrollo. Durante siglos X y XI las ciudades preexistentes que habían logrado sobrevivir, en la mayoría de las ocasiones, gracias a la presencia en ellas de alguna autoridad eclesiástica y su correspondiente sede o, bien gracias a la instalación un monasterio en las proximidades, iniciaron su recuperación.

Es difícil generalizar el proceso dada la gran extensión territorial de la que hablamos, en cada zona su ritmo fue el adecuado a sus propias características y al paulatino asentamiento de los pueblos invasores. Poco a poco y a medida que los nuevos reinos o estados fueron formándose, comenzó una especie de «renacimiento» cultural y político que permitió la reanudación de actividades en las ciudades existentes o su creación ex novo. Puede hablarse de diversos tipos; preexistentes ya tengan origen romano o no; los llamados burgos que habían ido construyéndose con fines defensivos y militares y las aldeas que fueron creciendo para acabar siendo núcleos urbanos de mayor entidad. Por otro lado tenemos las de nueva creación, algunas encuadradas en planes concebidos por el poder político para controlar disidencias como sucede con las llamadas bastides francesas, inglesas o galesas.

La existencia de jardines en las ciudades medievales, está documentada aunque, actualmente, sean difíciles de rastrear; las palabras de Mumford en La ciudad a través de la historia así lo corrobora: «La típica ciudad medieval se hallaba más próxima a lo que ahora denominaríamos una aldea o una población rural que a una moderna y abarrotada aglomeración urbana comercial. Muchas de las ciudades medievales que vieron detenida su expansión antes del siglo XIX aún presentaban jardines y huertos en el corazón del municipio.» Morris en su Historia de la forma urbana cita la ciudad flamenca de Furnes como un ejemplo de esto haciéndose eco de lo que Sir Patrick Abercrombie menciona en su obra Urbanismo y planificación rural, en donde llega a considerarla casi una ciudad jardín: «[…] la concepción medieval de una ciudad de negocios, con su plaza en el centro, su grupo de edificios públicos, entre los que figura la catedral, una gran iglesia urbana, el ayuntamiento, los juzgados, etc., casas alineadas a lo largo de las calles con continuidad, aprovechando económicamente cada metro de fachada, pero provistas de amplios jardines en su parte trasera«. (Fig. 2)

fig2-ciudadfurnesflandes1590.jpg ( Fig.2. Plano de ciudad jardín de Furnes, Flandes. 1590)

(Fig. 3. Plano del Monasterio Benedictino de San Gall) fig4-planosaintgall.jpg fig3-claustrofontenayborgona.jpg (Fig. 4. Claustro Fontenay,  Borgona)

 

En el primer caso el ejemplo más claro estaría en los Monasterios que fueron creando las distintas órdenes religiosas y que pronto se convirtieron en lugares de concentración y preservación del legado cultura de la Antigüedad. Está documentado que los miembros de éstas órdenes, ya fueran reglas masculinas o femeninas, dedicaron parte de su tiempo a la creación y cultivo de jardines; así como a la conservación y recuperación de los conocimientos preexistentes sobre el tema. Dadas las dificultades existentes para el comercio y transporte de mercancías los miembros de la orden tuvieron que asumir su propio abastecimiento convirtiéndose en centros autárquicos capaces de producir los productos agrícolas necesarios para la alimentación de sus miembros. En consecuencia, se crearon varios tipos de espacios de contenido vegetal. El plano del monasterio benedictino  de Saint Gall (720) fundado por San Othmar a partir de una antigua ermita; nos permite apreciar esto al poder distinguir en él (Fig. 3) varios espacios ajardinados, y aunque ninguno de ellos tuviera en esencia el mismo sentido que hoy día le damos al jardín como tal; sí podemos hablar de espacios dedicados al cultivo de plantas con distintas finalidades: el claustro (4) elemento básico del monasterio, cuadrangular y posiblemente derivado del antiguo atrio romano es un espacio dedicado a la oración, el reposo y la meditación al que, en ocasiones, se da un tratamiento ajardinado, como puede apreciarse en el de Fontenay en Borgoña (Fig. 4); un huerto (6); un herbolario (9) situado junto a la casa del medico y la farmacia; un cementerio (7) en el que sin duda existían árboles y plantas.

En 1084 San Bruno fundó la orden de los Cartujos, regla de inspiración benedictina, que establece la separación de sus miembros en celdas individuales y aisladas a las que se añadiría un pequeño jardín. El primer establecimiento cartujo construido en Chartreuse, de donde la orden tomó su nombre, tenía las celdas orientadas al sur, abriéndose éstas a pequeños jardincillos que los monjes organizaban libremente cultivando las plantas que eran más de su gusto; actualmente los cartujos españoles, suelen dedicarlos a las rosas para obtener de ellos una producción de pétalos con destino, dadas sus características odoríferas, a la industria perfumera; a veces las dimensiones de estos jardines pueden quedar reducidas a pequeños patinillos o balconadas como sucede en las sedes de Avignon o Galluzo cerca de Florencia.

 

El Cristianismo cambió la concepción clásica de las plantas; y el jardín dándoles un sentido más simbólico e intentando acercarlas a sus propios intereses y relacionarlas con su ideología, por ello dominaban las plantaciones de rosas, lirios y azucenas, relacionadas con la pureza, la pasión, etc.. (Fig. 5 y 6)

El poema de 447 versos obra de Walafrid Strabus conocido como El pequeño jardín dedicado a Rimoaldo, abad de Saint Gall, nos habla del trabajo de los monjes y las plantas: «con la rosa compiten las azucenas gloriosos, cuyas flores expanden más lejos su olor llenando el aire»

fig5-anunciacion1393-9broederlam.jpg (Fig. 5. Anunciación. Broederlam. 1393-9) fig6-jardincitodelparaisomtroaltorin-dos.jpg ( Fig. 6. Jardincito del Paraíso. Maestro Alto Rhin)

 

 

Como indica Santucci en L’omme jardinier de Dieu, a comienzos del siglo XII personajes como San Bernardo de Claraval o Abelardo nos hablan del comienzo de las profundas conmociones que pronto removerán la sociedad, aunque San Bernardo tiende a ceñirse al concepto cristiano manteniendo la autoridad de los símbolos sobre el reino vegetal e indica: «[…] los textos cistercienses […] hablan a menudo del jardín, pero no a la manera de un botánico o de un arquitecto paisajista. Hablan de él como en la Edad Media se evocaban las piedras y los animales, es decir, de una manera alegórica.». Al parecer San Bernardo en su sermón 23 sobre el Cantar de los Cantares, explica la simbología tripartita del jardín relacionando su plantación con la creación; su germinación con la reconciliación del hombre con Dios gracias a Cristo y la recolección con lo que llegará al final de los tiempos.

Las fuentes literarias nos hablan de los jardines relacionados con el poder político o aristocrático; dándonos ejemplos de ellos; estas fuentes van aumentando con el paso del tiempo y sobre todo durante la Baja Edad Media son cada vez más claras y precisas.

Se sabe que Carlomagno (774-814) durante lo que se conoce como renacimiento carolingio en su palacio de Aquisgrán no tenía jardines reales pero curiosamente sí los evocaban las pinturas de sus paredes y los tejidos de sus tapices, como queriendo rememorar las antiguas estancias de la antigüedad, aunque es muy posible que esto estuviera compensado por la existencia del palacio granja de Ilgelheim. ( Fig. 7   )  Aunque existen muestras de que en los palacios de gobernantes posteriores como por ejemplo el emperador Otón sí existían jardines como prueba la pintura: La injusta sentencia de Otón obra de Dirk Bouts. (Fig. 8)

(Fig. 7. Palacio Granja de Ilgelheim)fig7-carlomagnoilgelheimpalaciogranja.jpg fig8-boutslainjustasentenciadeoton.jpg ( Fig. 8. La Injusta Sentencia de Otón. Dirk Bouts)

 

 

Le roman de la rose es una obra significativa en este sentido, escrita en dos partes; la primera de ellas obra de Guillaume de Lorris, escrita entre 1225 y 1230, en la que aparece la descripción de un lugar llamado vergel, un espacio cuadrado amurallado y almenado y en el que la naturaleza presenta todo su esplendor; y una segunda parte, más tardía, obra de Jean de Menú escrita entre 1269 y 1278, describe un jardín más conceptual y simbólico, de forma circular, que asume gran parte de la filosofía dominante en la época recogiendo el imaginario jardinístico propio del poeta. El poema nos deja descripciones de jardines: «A cierta distancia, me encontré ante un jardín cerrado por muros almenados y ricamente decorados en su exterior con imágenes y pinturas» o «Sin decir una palabra más, entré en el jardín por la puerta que Ociosa me había abierto, una vez dentro mi alegría llegó a su colmo. Sabed que creí hallarme en el Paraíso terrenal, el lugar era tan delicioso que parecía sobrenatural. Pensé que no podía existir paraíso mejor que aquel placentero vergel» (Fig. 9)

Otro ejemplo es el Liber ruralium commodorum (Fig. 10) obra de Pietro de’ Crescenci (1230-1305) y dedicado a Carlos II de Anjou, rey de Sicilia y Jerusalén; que recoge los métodos de cultivo propios de finales de la Edad Media y los Jardines de Hesdin, creados por Roberto II de Artois a finales del siglo XIII a orillas del Ternoise entre Arrás y el mar; en el que se combinaba el parque con el jardín de placer cerca del castillo, fueron destruidos por las tropas inglesas durante la guerra de los Cien Años; adquiriendo nuevo auge después con los Duques de Borgoña, como muestra el cuadro Bodas en los Jardines de Hesdin.

De los jardines cortesanos nos hablan las fuentes literarias medievales; el romance de Florie et Blancheflor relata la historia de un amor contrariado en la infancia que finalmente será triunfante, aunque necesite para ello mil peripecias y aventuras que vivirá Florie para conseguir a Bancheflor. Aparecen  en la obra tres jardines: el de los padres de Florie; el que recoge la falsa tumba de Blancheflor y finalmente el del Emir de Bagdad en el que Florie salva a su enamorada.

fig9-miniaturailustracionromandelarose5.jpg( Fig. 9. Miniatura ilustración del Roman de la Rose)fig10-liberruraliumpietrocrescenzi.jpg (Fig. 10. Liber Ruralium Commodorum. Crescenzi)

 

 

Chrétien de Troyes en su obra Erec y Enid (1135-1183) relata la historia de un caballero que para conseguir formar parte de la Tabla Redonda parte a la ventura con su joven esposa y para probar su valentía debe afrontar varias pruebas; en una de ellas es encerrado en un jardín inexpugnable protegido por un cinturón de aire impenetrable: «[…] el vergel no tenía alrededor ni muralla, ni empalizada, a no ser de aire; el aire está cerrado por todas partes -por nigromancia- aquel jardín, de forma que nada podía entrar en él sino entraba por un lugar determinado. […] Durante todo el verano y todo el invierno había allí flores y fruta madura; y la fruta tenia tal condición, que se dejaba comer allí dentro…»  

En el siglo XVII el abogado Henri Sauval en su obra Historie et recherches des antiquités de Paris nos hablaba de los jardines de Carlos V en el Marais: «A la entrada de un bellísimo parque/ un caballero le trajo un hermoso arco/ […] /me llevó con su mano desnuda/ junto a una bellísima fuente/ que caía, dulce, clara y sana/ en un estanque de mármol oscuro/ […] En torno al mármol había prados/ muy bien ordenados, y árboles/ plantados estaban con tal maestría/ que el sol no se imponía/ Al contrario, el lugar estaba enteramente resguardado/ bien trazado y todo verde.

fig-11-jardinamorosoalegorico-dos.jpg (Fig 11. Jardín Amoroso-Alegórico)

 

 

Al final de la Edad Media y entroncando ya con el Renacimiento los escritos de Dante(1265-1321), Petrarca (1313-1375), Boccaccio (1304-1374), demuestran que el jardín se ha convertido en un tema plenamente literario. Paralelamente a esto el progreso de las innovaciones técnicas como el desarrollo de la metalurgia, la aparición de la brújula portátil o del rectángulus, etc. facilitarán la creación de jardines. Mientras que  Italia asumirá el papel preponderante en el despegue cultural del momento; y las personalidades políticas de las más importantes ciudades italianas, entre las que destacaran los Medicis, asumirán las nuevas corrientes filosóficas renacentistas que conducen a una nueva concepción del jardín.  (Fig. 11)